domingo, 22 de mayo de 2016

SIMÓN MON EL DIABLO

SIMÓN MON EL DIABLO



En los tiempos en que los recaudadores perseguían a los contrabandistas de aguardiente, un pobre hombre que vivía en el caserío Palo Blanco traía el líquido animador de fiestas, negocios y pactos secretos. El “yonque de cordón” como suelen llamar a ese licor cuando es de buena calidad era destilado en los afamados trapiches de Penachí, lugar conocido por la elaboración del mejor yonque de esa zona andina.
La enorme demanda del buen yonque de Penachí, consumido en todas las fiestas de la franja andina como Colaya, Huaratara, Canchachalá, Ullurpampa, Penachí, Kerguer, Chiñiama y hasta la lejana Huallabamba y en todos aquellos poblados donde se celebra una fiesta religiosa, produjo una gran escasez del líquido animador de las más bullangueras juergas. Por esta razón, el comprador tuvo que ir en busca de tan cotizada mercancía a las alturas de Salas a la Shita y la Pescadera.
Cuando regresaba tarde de la noche, con sus odres llenos de aguardiente, perfumando a su paso los caminos solitarios, con ese olorcillo convidador y fiestero, sintió a lo lejos, en el silencio de la profunda noche, el tropel de un ágil caballo que se acercaba veloz. El humilde comerciante temeroso, pensó que se trataba del recaudador que andaba haciendo sus pesquisas. De inmediato inquirió que su mercancía sería decomisada por este empleado del gobierno que vigilaba los caminos y trapiches, para que productores y comerciantes pagaran sus impuestos.

De pronto, como salido de la negrura de la noche, frente a él estaba el apuesto y misterioso jinete, vestido de blanco, contrastando con el color de la noche y el brioso corcel que montaba. El animal bien enjatado relinchó en el silencio de la penumbra y luego el extraño personaje desmontó. El comerciante con suma humildad y temblando de miedo se le acercó y dijo: Buenas noches señor. El hombre de blanco, sin mostrar el rostro, replicó: no me llames señor, soy tu amigo; de dónde bueno y a estas horas? – Disculpe, por favor comprenda que soy un humilde padre de familia, - argumentó suplicando el vendedor de aguardiente, sin poder controlar su nerviosidad-, pero aquel extraño hombre como salido de las sombras mostrando amabilidad persuasiva, dijo : No temas, si tú quieres yo te ayudo y conmigo tendrás mucho dinero. De súbito el canto del madrugador gallo anunció el claro amanecer, aproximándose con el lejano fulgor de las estrellas. Un vientecillo frío agitó el follaje de los árboles cercanos y un largo relincho despertó a las aves y a los zorros que descansaban en sus madrigueras.  
Bueno amigo, dijo el gallardo jinete, hasta aquí ha sido la compañía. Cuando se anime a que le dé un apoyo, me busca en el cerro Tres Puntas, siempre a las doce del día, y me llama. Ceremonioso, recomendó: primero lanzarás tres silbidos bien fuertes, luego gritas con todas tus fuerzas ¡Simón Mon! Tres veces consecutivas. Dicho esto, por encanto desapareció y el misterioso canto del gallo se escuchó lejanamente.


El comerciante de aquel licor andino que vierte coraje al poblador que esconde sus complejos en el subconsciente, dio un grito aterrador desplomándose frente a la puerta de su casa. La esposa, al abrir la puerta presurosa, encontró a su marido brotándole espuma por la boca. Había visto en los solitarios parajes a Simón Mon, el diablo. 

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