domingo, 22 de mayo de 2016

LA VIUDA

LA VIUDA

A la media noche la luna brillaba en todo su esplendor. En el cielo estrellado parpadeaban en lontananza millones de grandes y pequeños astros. De vez en cuando un astro errante, con su estela luminosa, cruzaba el firmamento y un lucero, como un farol prendido en la techumbre de la bóveda celeste, cercana a la Cruz del sur, no dejaba de dar su luz. A esta hora, en que la calma llena todos los rincones de los campos, quebrada de vez en cuando por el nítido grito de los rapaces nocturnos que abandonan sus nidos y, por en medio del silencio tétrico, un adelantado quiquiriquí salido de la estentórea garganta de un ajiseco somnoliento, a cualquiera en la solitaria noche se le crispa los nervios y deja sin palabras, éstas parecieran huir de la boca y un padre nuestro mental aflora de las neuronas.
Esa noche don Juan preparó su ágil caballo para retornar a casa desde Marripón. Con los silencios que asustan, con las visiones que la mente va creando, formando demonios ditiramberos salidos por el exceso de adrenalina, y fantasmas traviesos que se esconden en las sombras de los grandes árboles, a trote lento el jinete avanzaba. Sujetaba la acémila cuando en un recodo del camino, parada bajo un árbol de palo blanco, vio a una mujer vestida de negro y con un tul del mismo color  que le cubría el rostro. Al parecer esperaba quién la acompañara en su caminar desconocido. Al verla, el gentil hombre detuvo su caballo y, brindándole su amistad a la desconocida, la invitó a subir al anca del animal para llevarla a su destino. La dama, sin pronunciar palabra alguna, subió con facilidad.
Un largo mutismo acompañó a los dos cabalgantes nocturnos hasta que el caballero inició la conversación: - ¿Qué hacía a esta hora mujer tan hermosa como usted en un camino tan solitario; acaso no tenía miedo? La mujer, como si no fuera con ella, nada respondió. Intrigado, aquel caballero insistió: - señora, para mí ha sido una suerte encontrar a tan bella dama en medio la noche solitaria, enfático y galante se expresó. Pero la hermosa mujer siguió sin pronunciar una sola palabra hasta que llegaron a la casa bordeando las tres de la madrugada. A esa hora los perros comenzaron a aullar, los gallos del corral se asustaron, los pavos volaron de su dormideros y hasta la vaca mugió como si una extraña visión las hubiera aterrorizado. Un viento helado agitó las ramas y las vainas verdes y maduras del algarrobo se precipitaron a tierra como si una fuerza natural sacudiera el árbol.
El hombre bajó atemorizado del caballo, tocó la puerta de la casa con insistencia y al salir su hija, asustada, le ordenó que preparase rápido un lugar para hospedar a la dama que encontró en el camino. Cuando fue a buscarla para hacerla pasar, a un lado del caballo encontró sólo el vestido negro y el tul envolviendo un montón de huesos humanos.
Cuando volvió en sí por la ayuda que le proporcionaron los familiares, dijo: - es la viuda que tarde, por la noche, acecha los viajeros en los caminos. ¡Dios mío de la que salvé!

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